domingo, 25 de marzo de 2012

Flechazos


Mi amiga Dulce se ha enamorado. Se ha enamorado tanto que anda como loca por todo Madrid sacando papeles y poniéndoles sellos para poder casarse cuando llegue el verano.
El hecho de que su relación se haya forjado en horas y horas de Skype y sólo 10 días de contacto físico pre-luna de miel parece que no es impedimento para decidir pasar el resto de su vida junto a ese encantador desconocido.

Yo, siempre que tengo oportunidad le digo que está loca y ella, que me tiene paciencia, a mí y a mis sermones, sonríe y hace un meandro para llegar a un lugar donde lo que está haciendo tiene sentido.
Y supongo que para ella lo tiene.

En mis ratos buenos, en los que no soy una momia hueca y sin corazón, me pongo en su lugar y pienso que es afortunada. Estar enamorado es maravilloso, sobre todo cuando eres correspondido. Pero a mí nunca me ha pasado eso de hablar 10 minutos con alguien y ya saber, o pensar, o creer que puedo pasar el resto de la vida a su lado.

Dulce, por el contrario, tiene tendencia a enamorarse, es propensa a perder la cabeza por los hombres que la tratan bien en un principio, como un diabético es propenso al shock insulínico, y en ambos casos la cosa suele terminar mal. Pero según dicen, quien no arriesga no gana. Si alguien inventara algún día un medidor de la felicidad, en temas de amor, creo que Dulce, con todo y sus fracasos, rompía la aguja. O al menos, la subía más que yo. Así que ¿quién soy yo para decirle que está mal, que no siga que se va a estrellar?

Puede que mi frialdad se deba a algún tipo de mecanismo de defensa subconsciente. Según cuenta mi madre, soy el fruto de un flechazo. Y visto el matrimonio de mis padres, se me quitan las ganas de amar a primera vista.

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